La vida disfrazada de niña se asoma por una rendija de la puerta. Veo sus ojos brillantes escudriñando toda mi habitación. Creo que me busca pero no me hallará pues no estoy ahí dentro, pero aun así puedo verla.
Tal vez me he convertido en aire o solo es mi alma sin un cuerpo material. Mi cuerpo yace en la cama, acostado boca abajo; parece inerte aunque aun respira pero quizás tenga veintiún gramos menos; escuché que ese era el peso del alma.
Durante mis desvaríos, la niña entró en la habitación, recogió algunos libros del suelo y luego, con expresión de inocencia en el rostro, toco tiernamente mis cabellos y trató de despertarme, mientras yo observaba la escena desde arriba.
Ella, al no ver respuesta alguna de mi cuerpo, cerró los ojos, respiró profundo y sonrió, para luego decir, sé que estás aquí porque te siento.
Sin poder ocultarme mas, decidí volver a mi cuerpo pero al abrir los ojos no había nadie en la habitación. La puerta estaba cerrada y todo en su lugar, ni siquiera el aroma era diferente.
Me sentí desorientada hasta que me convencí a mi misma de que todo había sido un sueño, pero luego recordé el truco de la niña y decidí probarlo. Cerré pronto mis ojos y respiré profundamente tres veces, luego la vi apareciendo mágicamente ante mis ojos con la misma expresión suave, diciéndome que siempre tenia la oportunidad de hacer mejor las cosas, que la felicidad debía ser mi principal meta, que tendría que afrontar mi camino y aprender a vivir con la misma emoción, amor, alegría y constancia que la niña en que ella se había materializado; siempre estando consciente de mis actos.
Abrí los ojos y ya la niña no estaba pero aun podía y puedo recordar las palabras que la vida, en forma de niña, escogió para mi. Tener los ojos abiertos no es estar despierto.
domingo, octubre 22, 2006
martes, octubre 10, 2006
Camino por la montaña
Camino por la montaña. La niebla lo cubre todo, a penas si puedo ver mis dedos a través de ese frío velo.
La neblina se pasa entre las ramas de los árboles, que se observan como sombras en esta profunda oscuridad.
Las nubes rocían mis sentidos con una fría llovizna que hela la piel.
No logro ver nada más allá de dos pasos de distancia; me siento en mitad de la nada, paralizada y aterrorizada por las presencias que siento a mi alrededor.
Se oye un murmullo en el bosque, y el viento silba furioso en mis oídos, mientras, confundida, trato de concentrarme en avanzar, pero el miedo y el frío me hace permanecer estática.
No se mi ubicación exacta, y no se si al andar estaré yendo hacia delante o hacia atrás.
Estoy mareada, me falta el aire, y el poco calor que aun conservaba mi cuerpo se disipa bajo mis ropas, en la fría brisa, en mi indecisión.
Agotada de tantas consideraciones me desplomo sobre mis rodillas, y caigo sobre la tierra húmeda, y me entrego a la montaña.
Si al menos pudiera, como un ave, remontar las nubes y alcanzar el cielo azul, ver el sol y sentir su calor reviviendo mi cuerpo; pero el pensamiento no es suficiente.
Oigo voces mientras, acostada en el suelo, voy muriendo poco a poco.
Cada vez las voces y los pasos sobre las hojas muertas se hacen más cercanos y más fuertes. De pronto todo quedó en tinieblas y ya no sentí mas frío ni dolor en mis heridas; y cuando ya me despedía para siempre de este plano una mano tomo mi brazo y no me dejó sumergirme por completo en ese tranquilo pozo de agua oscura.
Abrí los ojos y todos mis sentidos los recuperé de inmediato, como un choque directo contra un muro, volvieron a mi los dolores pero también volvió la posibilidad de seguir haciendo algo en esta vida.
Ya había amanecido cuando recuperé la conciencia. Iba en una camilla cargada por dos hombres pero ellos no eran los únicos que me acompañaban, alrededor iban otros seres muy callados y con una expresión de afecto en el rostro que me hacia sentir tranquila. Eran los espíritus de la montaña, el alma del mundo tan etéreos pero tan cercanos que casi podía tocarlos al estirar mi mano. Desde entonces nunca estoy sola.
La neblina se pasa entre las ramas de los árboles, que se observan como sombras en esta profunda oscuridad.
Las nubes rocían mis sentidos con una fría llovizna que hela la piel.
No logro ver nada más allá de dos pasos de distancia; me siento en mitad de la nada, paralizada y aterrorizada por las presencias que siento a mi alrededor.
Se oye un murmullo en el bosque, y el viento silba furioso en mis oídos, mientras, confundida, trato de concentrarme en avanzar, pero el miedo y el frío me hace permanecer estática.
No se mi ubicación exacta, y no se si al andar estaré yendo hacia delante o hacia atrás.
Estoy mareada, me falta el aire, y el poco calor que aun conservaba mi cuerpo se disipa bajo mis ropas, en la fría brisa, en mi indecisión.
Agotada de tantas consideraciones me desplomo sobre mis rodillas, y caigo sobre la tierra húmeda, y me entrego a la montaña.
Si al menos pudiera, como un ave, remontar las nubes y alcanzar el cielo azul, ver el sol y sentir su calor reviviendo mi cuerpo; pero el pensamiento no es suficiente.
Oigo voces mientras, acostada en el suelo, voy muriendo poco a poco.
Cada vez las voces y los pasos sobre las hojas muertas se hacen más cercanos y más fuertes. De pronto todo quedó en tinieblas y ya no sentí mas frío ni dolor en mis heridas; y cuando ya me despedía para siempre de este plano una mano tomo mi brazo y no me dejó sumergirme por completo en ese tranquilo pozo de agua oscura.
Abrí los ojos y todos mis sentidos los recuperé de inmediato, como un choque directo contra un muro, volvieron a mi los dolores pero también volvió la posibilidad de seguir haciendo algo en esta vida.
Ya había amanecido cuando recuperé la conciencia. Iba en una camilla cargada por dos hombres pero ellos no eran los únicos que me acompañaban, alrededor iban otros seres muy callados y con una expresión de afecto en el rostro que me hacia sentir tranquila. Eran los espíritus de la montaña, el alma del mundo tan etéreos pero tan cercanos que casi podía tocarlos al estirar mi mano. Desde entonces nunca estoy sola.
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